La Semana Santa es la «gran fiesta cultural e identitaria de Andalucía». Aunque «se disfraza de antigua, es una celebración del presente», ya que la crea la sociedad contemporánea. Y en sus diferentes etapas ha pasado de una dimensión más popular y festiva en los años setenta del siglo XX hasta una actual «más religiosa o purificadora».
Estas son algunas de las reflexiones recogidas en el ensayo de César Rina Simón titulado «El mito de la tierra de María Santísima. Religiosidad popular, espectáculo e identidad», publicado por la Fundación Centro de Estudios Andaluces. El autor es profesor de la Universidad de Extremadura y analiza el origen y la evolución de la Semana Santa en el mundo contemporáneo y la hegemonía cultural de esta celebración.
César Rina sostiene la hipótesis de que la Semana Santa es contemporánea, aunque «su forma, contenido y significado está revestido de antigüedad que la hacen pasar por ritos antiquísimos», y su origen en Andalucía se remonta al siglo XIX cuando las ciudades empezaron a crecer e intentaron rescatar tradiciones o ritos locales como forma de integración social y cultural.
Ahí tienen un papel destacado los ayuntamientos, que empezaron a involucrarse en ritos festivos y pusieron en marcha programas de fiestas y ferias y, a medida que fueron gestándose, empezaron a subvencionar a las cofradías para mejorar su patrimonio y como forma de fomentar el turismo.
De hecho, ya en el siglo XIX el autor documenta reuniones en el ayuntamiento de Sevilla en las que se plantea convertir la Semana Santa en la fiesta de la ciudad para atraer a turistas. Esto lo copian otras localidades como Málaga y Antequera, y a principios del siglo XX les sigue Granada, que veían cómo llegaba el turismo gracias a la celebración de la Semana Santa.
Hermandades y cofradías
Este proceso da lugar a la aparición de las hermandades, en la que participan las personas con independencia de sus creencias. A medida que bajaba el número de creyentes, subía el de hermandades con la «gran explosión numérica en la década de los setenta y ochenta» del siglo pasado, que coincidió con el momento en que la Iglesia empezó a perder prestigio social e influencia, según reseña César Rina.
Posteriormente, surgieron las cofradías, que vivieron un auge durante en el franquismo en Andalucía ya que éste «se legitima apoyándose en la Semana Santa, de la que se apropió y hace que se confunda con su propio régimen». Algo similar ocurrió en la segunda república española, pues ambas ideologías la intentaron hacer suya, la derecha como fiesta conservadora y religiosa y la izquierda como festiva y folclórica.
El historiador se refiere a los símbolos de algunas cofradías que tuvieron como objetivo «exaltar el régimen de Franco», como algunos nombres de los Cristos y de las Vírgenes, como la Paz y la Victoria.
La etapa de decadencia de las hermandades llegó con los cambios sociales de los años setenta del siglo XX, cuando perdieron su «pulsión en la calle» y atravesaron problemas económicos. Aunque, en un «giro insospechado de la historia» según explica César Rina, antes de la transición democrática se fomentaron los movimientos asociativos vinculados a las parroquias, no con carácter religioso, y se empezó a recuperar la Semana Santa «como fiesta de la identidad de las ciudades».
El boom en términos numéricos llegó con la autonomía andaluza, que se identifica con las hermandades. Y esto, según el autor del ensayo, explica que todos los «partidos lleven por bandera esta fiesta, desde el más conservador al más de izquierda», hasta el punto de que los políticos de todas las tendencias participan en las procesiones de sus localidades.
«Es un encuentro de miles de personas, y si te presentas como el perpetuador de ese rito esto te puede traer votos y popularidad», ha indicado el ensayista, quien ha recordado que el alcalde de Cádiz, José Manuel González ‘Kichi’ (Podemos) concedió la medalla de la Ciudad a una virgen.
Esto pone de manifiesto que «hay consenso en que es una fiesta identitaria de Andalucía», ya que hay muchas personas en Andalucía que, a pesar de no ser creyentes, les gusta la Semana Santa, ha subrayado el autor de numerosas publicaciones de índole histórica.
Iglesia y Semana Santa
Aunque llegó tarde porque las cofradías ya estaban muy consolidadas, la Iglesia ha jugado un papel importante en la Semana Santa. En un primer momento intentó controlar el fenómeno, y en Sevilla los cardenales Eustaquio Ilundain y Pedro Segura intentaron «reconducir la fuerza festiva a los templos» y «se obsesionaron con controlar los aspectos para que volviera a ser un acto católico sin elementos culturales ni festivos», según el historiador de la Universidad de Extremadura.
Por ejemplo, prohibieron que las mujeres salieran en las procesiones, se las empezó a llamar estación de penitencia y se prohibió la organización de corridas taurinas para obtener fondos, como hacía la Hermandad de la Macarena en Sevilla.
Además, los preceptos de la Iglesia han sido asumidos por los medios de comunicación en los que se «perpetúa un modelo de celebración muy religioso» e incluso está mal visto aportar otra visión como el pregón «heterodoxo» que dio el humorista Manu Sánchez titulado «ateo y cofrade», ha ejemplificado.
A partir del siglo XXI la Semana Santa giró hacia una impronta más religiosa que festiva. Aunque hay dos discursos, al «venderse para el exterior como un fenómeno cultural y turístico», puesto que internet ha multiplicado el tirón turístico y se ha roto la vinculación local, y venderse para el interior como un hecho religioso.
El historiador ha lamentado que la pandemia haya impedido la celebración durante dos años de la Semana Santa, pero ha puntualizado que no bajo un prisma económico, sino por la «pérdida del reencuentro con el barrio, con la familia, con los recuerdos» y por la desconexión de los vínculos colectivos.
Vía | Agencia EFE.