Comida de pícaros

El pan de Alcalá en la obra de Cervantes

Cervantes vivió en Sevilla y ejerció como comisario real de abastos durante seis años. Su trabajo en esa época fue recaudar impuestos para el rey y sabemos que viajó a pueblos de la provincia como Écija, Utrera, Osuna o Carmona para cumplir con la tarea. No consta que visitara Alcalá de Guadaíra, pero un producto de esta tierra no le pasó inadvertido y aparece en una de sus novelas ejemplares. Cervantes habla del pan de Alcalá, o más concretamente de las «hogazas blanquísimas de Gandul», en un pasaje de Rinconete y Cortadillo, obra que sitúa en la ciudad de Sevilla.

El actual despoblado de Gandul era aún en el siglo XVI un municipio independiente de Alcalá. Pero la misma tradición panadera que compartía con la población de Alcalá es la que ha hecho célebre el producto elaborado en esta tierra. El pan de Gandul que abastecía a Sevilla es comentado en este artículo que firma el crítico gastronómico Caius Apicius.

Rinconete y Cortadillo

Almuerzo en el patio de Monipodio

Por CAIUS APICIUS

Si pensamos en el famoso patio de Monipodio, escenario de gran parte de la novela ejemplar cervantina ‘Rinconete y Cortadillo’, imaginamos un lugar nada recomendable en el que toda picaresca tiene su asiento, un recinto poblado por delincuentes de toda especie, en el que nada bueno puede encontrarse.

Sin embargo, se encuentra un curioso código de honor entre pícaros, todo ello en el ceremonioso lenguaje del XVII en el que Cervantes hace expresarse a sus personajes; el hampa tiene sus ordenanzas, que interpreta el propio Monipodio y los demás aceptan, ateniéndose a ello en su conducta; baste recordar cómo uno de ellos, al encontrarse con ambos jóvenes, les explica que es ladrón «para servir a Dios y a las buenas gentes».

En la actividad general y la rendición de cuentas de los pupilos de Monipodio hay algún momento de pausa. El que nos interesa es el que describe el almuerzo que organizan allí nuestros pícaros. Nada frugal, como verán. Copio el texto de don Miguel:

«Ida la vieja, se sentaron todos alrededor de la estera, y la Gananciosa tendió la sábana y los manteles; y lo primero que sacó de la cesta fue un grande haz de rábanos y hasta dos docenas de naranjas y limones, y luego una cazuela grande llena de tajadas de bacalao frito; manifestó luego medio queso de Flandes, y una olla de famosas aceitunas, y un plato de camarones, y gran cantidad de cangrejos, con su llamativo de alcaparrones ahogados en pimientos, y tres hogazas blanquísimas de Gandul».

Cervantes habla de almuerzo, lo que nos hace descartar que se tratase de una merienda. Parece, más bien, un almuerzo en el sentido no de picoteo a media mañana, sino de la comida del mediodía, entonces la más importante de la jornada.

Todo se desplegó al mismo tiempo, al estilo de las comidas chinas o del servicio a la francesa. No consta qué tipo de naranjas eran esas, si de las sevillanas, amargas, o de las que algo más de un siglo antes había llevado a Lisboa desde la India Vasco da Gama, dulces; me inclino por la primera opción. Los limones no parecen ser un mero aliño; ¿serían tal vez limones al estilo moruno, salados? Cervantes lo da por sabido.

Rábanos, bien, un aperitivo aún vigente, atractivo a la vista por el contraste del blanco de su interior y el carmesí de su vestido; alcaparrones, con no poca sal, para ser considerados un llamativo, es decir, algo que incita a beber. Los pimientos estaban ya perfectamente integrados, aunque sólo llevasen un siglo entre nosotros; los vemos aquí, pero también en textos de Quevedo, en pinturas de un joven Velázquez… Cangrejos, seguramente del Guadalquivir, y camarones, muy probablemente salados. Queso de Flandes, dominio de la corona española.

Tajadas de bacalao; el bacalao, como los pimientos, era algo de principios del siglo XVI, pero para Cervantes era algo de diario, como se ve aquí y en el capítulo II de la primera parte del Quijote, cuando sirven al hidalgo «un pescado que en Castilla llaman abadejo, y en Andalucía bacallao». De postre, aceitunas; ese era su sitio en las comidas de entonces. «Llegar a las aceitunas» equivalía a llegar tarde.

Hogazas «blanquísimas» de Gandul. La joya del almuerzo. Gandul era una localidad próxima a Sevilla hoy absorbida por Alcalá de Guadaíra, cuyo pan goza de muy justa fama; la ciudad es conocida también como Alcalá de los Panaderos, y con eso está dicho todo.

No nos habla Cervantes del vino o, al menos, no nos dice qué vino bebieron, aunque sí cuánto: «una bota a modo de cuero, con hasta dos arrobas de vino, y un corcho que podría caber sosegadamente y sin apremio hasta una azumbre»; el corcho o tapón, obviamente, se usaba como vaso.

La arroba como medida de capacidad es variable, pero calculen que la bota contenía dieciséis azumbres; un azumbre de vino son dos litros largos, así que hablamos de dos arrobas de algo más de dieciséis litros, cantidad más que suficiente para catorce comensales sedientos, incluso en aquellos tiempos en los que se bebía mucho más vino que agua, de la que uno no podía fiarse nunca; por ello, se dijo lo de que «algo tiene el agua cuando la bendicen». Cervantes explica que los viejos bebieron sine fine, los mozos «adunia», hermosa y olvidada palabra derivada del árabe andalusí que viene a significar «en abundancia», y las señoras «los kiries».

Cervantes sabía de vinos; aunque aquí no diga de cuál se trataba, en «El licenciado Vidriera» enumera un amplio catálogo de procedencias: vinos del Miño, el Duero, el Tajo, el Guadiana y el Guadalquivir, de Rivadabia a Guadalcanal, pasando por Madrigal, Esquivias y unas cuantas localizaciones más.

Vamos, que nuestros pícaros se cuidaban. No creo que nadie le pusiera hoy la menor pega a los manjares que la Gananciosa y las otras mozas colocaron sobre los manteles desplegados en el mismísimo patio de Monipodio.

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