El elogio de un conocido chef a las tortas de Alcalá

David de Jorge Ezeizabarrena es un reconocido cocinero vasco que saltó a la fama con el sobrenombre de Robin Food. En su última publicación en Instagram ha hecho un encendido elogio de las tortas de Alcalá, el dulce icónico de Alcalá de Guadaíra. Destaca de ellas su sabor único y su delicadeza, dentro de la ya de por sí rica geografía gastronómica andaluza.

Robin Food ha publicado varios libros y se dio a conocer con el programa de TV de mismo nombre, que ha dirigido durante los últimos siete años. En su última crónica gastronómica se ha fijado en las tortas de Alcalá y le ha dedicado estas palabras:

Saben de sobra que me gusta más Andalucía que comer pollo con las manos, ¡enorme festival!, aquello de despedazar pechugas, rasgar muslos y rechupetear huesos hasta dejarlos mondos y lirondos como si fuéramos a pasar hambre el resto de nuestra vida. Aquella región bendita es la patria del jamón, de los molletes, de las casetas de feria, de Camarón de la Isla, de las yemas de San Leandro, los pestiños, el cortadillo de cabello de ángel, las marroquinas, el piñonate, los polvorones, las friturillas, las perrunas y las tortas de aceite, que son todas juntas verdadero patrimonio goloso para la humanidad.

En concreto, las tortas de Alcalá constituyen uno de los tesoros más delicados de la provincia de Sevilla, pues se manufacturan apenas a veinte kilómetros de la misma Giralda y en una localidad reputada por su tradición harinera, no en vano muchos la reconocen como “Alcalá de los panaderos”, ahí es nada.

La ciudad produce muchísimas tortas y posee muchos despachos en los que las elaboran de forma artesanal, con su sabor único y potente, distintas a cualquier otra especialidad confitera, pues son sutiles a rabiar, delicadas y cargadas de matices. Son gloriosas las de las hermanas Portillo, las de San Joaquín, las del horno Nueva Florida, las de Joaquín Portillo y las de Francisco Portillo e hijos, que como habrán comprobado conviven todas juntas pero no revueltas.

Pero en particular destacan las de La Centenaria, que son herederos de Manuel Cabreja y se las curran nada más y nada menos que desde el año 1860, que suena como a la Guerra de Cuba. En su composición emplean harina de trigo, manteca de guarro, azúcar, ajonjolí, limón rallado, canela, un pellizco de clavo y son crujientes a rabiar, ideales para empujarlas con un orujo bien fresquito, un güisqui o un taponcito de ron cubano.